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sábado, 26 de julio de 2008

TEMPLARIOS

La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo (latín: Pauperes commilitones Christi Templique Solomonici), comunmente conocida como los Caballeros Templarios o la Orden del Temple (francés: Ordre du Temple o Templiers), fue una de las más famosas órdenes militares cristianas.[3] Esta organización se mantuvo activa durante poco más de dos siglos. Fue fundada por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payens tras el término de la Primera Cruzada (1118). Su propósito original era el de proteger las vidas de los cristianos que peregrinaron a Jerusalén tras su conquista.
Aprobada de manera oficial por la Iglesia Católica en 1129, la Orden del Temple creció rápidamente en tamaño y poder. Los Caballeros Templarios empleaban como distintivo un manto blanco con una cruz roja dibujada. Los miembros de la Orden del Temple se encontraban entre las unidades militares mejor entrenadas que participaron en las Cruzadas.[4] Los miembros no combatientes de la orden gestionaron una compleja estructura económica a lo largo del mundo cristiano, creando nuevas técnicas financieras que constituyen una forma primitiva del moderno banco,[5] [6] y edificando una serie de fortificaciones por todo el Mediterráneo y Tierra Santa.
El éxito de los templarios se encuentra estrechamente vinculado a las Cruzadas; la pérdida de Tierra Santa derivó en la desaparición de los apoyos de la Orden. Además, los rumores generados en torno a la secreta ceremonia de iniciación de los templarios creó una gran desconfianza. Felipe IV de Francia, considerablemente endeudado con la Orden, comezó a presionar al Papa Clemente V con el objeto de que éste tomara medidas contra sus integrantes. En 1307, un gran número de templarios fueron arrestados, inducidos a confesar bajo tortura y posteriormente quemados en la hoguera.[7] En 1312, Clemente cedió a las presiones de Felipe y disolvió la orden. La brusca desaparición de su estructura social dio lugar a numerosas especulaciones y leyendas, que han mantenido vivo el nombre de los Caballeros Templarios hasta nuestros días.

Antecedentes
A finales del siglo X, controladas las invasiones musulmanas y vikingas, bien por vía militar o mediante asentamiento, comenzó en la Europa occidental una etapa expansiva. Se produjo un aumento de la producción agraria, íntimamente relacionado con el crecimiento de la población, y el comercio experimentó un nuevo renacer, al igual que las ciudades.
La autoridad religiosa, matriz común en la Europa occidental y única visible en los siglos anteriores, había logrado introducir en el belicoso mundo medieval ideas como ”La paz de Dios” o la “Tregua de Dios”, dirigiendo el ideal de caballería hacia la defensa de los débiles. No obstante, no rechazaba el uso de la fuerza para la defensa de la Iglesia. “Ya el pontífice Juan VIII, a finales del siglo IX, había declarado que aquellos que murieran en el campo de batalla luchando contra el infiel verían sus pecados perdonados, es más: se equipararían a los mártires por la fe” (Ledesma, 1982).
Existía, pues, un arraigado y exacerbado sentimiento religioso que se manifestaba en las peregrinaciones a lugares santos, habituales en la época. Las tradicionales peregrinaciones a Roma fueron sustituidas paulatinamente a principios del siglo XI por Santiago de Compostela y Jerusalén. Estos nuevos destinos no estaban exentos de peligros, como salteadores de caminos o fuertes tributos de los señores locales, pero el sentimiento religioso unido a la espera de encontrar aventuras y fabulosas riquezas orientales arrastraron a muchos peregrinos, que al volver a Europa relataban sus penalidades.
El pontífice Urbano II, tras asegurar su posición al frente de la Iglesia, continuó con las reformas de su predecesor Gregorio VII. La petición de ayuda realizada por los bizantinos, junto con la caída de Jerusalén en manos turcas, propició que en el Concilio de Clermont (noviembre de 1095) Urbano II expusiera, ante una gran audiencia, los peligros que amenazaban a los cristianos occidentales y las vejaciones a las que se veían sometidos los peregrinos que acudían a Jerusalén. La expedición militar predicada por Urbano II pretendía también rescatar Jerusalén de manos musulmanas.
Las recompensas espirituales prometidas, junto con el ansia de riquezas, hacen que príncipes y señores respondan pronto al llamamiento del pontífice. La Europa cristiana se mueve con un ideario común bajo el grito de “Dios lo quiere” ("Deus vult", frase que encabeza el discurso del concilio de Clermont en que Urbano II convocó la I cruzada).
La primera cruzada culminó con la conquista de Jerusalén en 1099 y con la constitución de principados latinos en la zona: los Condados de Edesa y Trípoli, el Principado de Antioquía y el Reino de Jerusalén, en donde Balduino I no tuvo inconveniente en asumir, ya en 1100, el título de rey.
Historia
Fundación y Primeros Tiempos
Apenas creado el reino de Jerusalén y elegido Balduino I como su primer Rey, algunos de los caballeros que participaron en la Cruzada decidieron quedarse a defender los Santos Lugares, y a los peregrinos cristianos que iban a ellos. Ésta fue, en principio, la misión confesada de los nueve caballeros fundadores, añadida (claro está) a la de la defensa de esos Santos Lugares.
Naturalmente, ello debió ser muy del agrado de Balduino I, necesitado como estaba de organizar un reino y que no podía dedicar muchos esfuerzos a la protección de los caminos, porque no contaba con efectivos suficientes para hacerlo. Ésto, más el añadido de que Hugo de Payens era pariente del Conde de Champaña (y probablemente pariente lejano del mismo Balduino), llevó al rey a conceder a esos caballeros un lugar donde reposar y mantener sus equipos, otorgándoles derechos y privilegios, entre los que se contaba un alojamiento en su propio palacio, que no era sino la Mezquita de Al-Aqsa, que se encontraba a la sazón incluida en lo que en su día había sido el recinto del Templo de Salomón. Y cuando Balduino abandonó la mezquita y sus aledaños como palacio para fijar el Trono en la Torre de David, todas las instalaciones pasaron, de hecho, a los Templarios, que de esta manera adquirieron no sólo su cuartel general, sino su nombre.
Además de ello, el Rey Balduino se ocupó de escribir cartas a los Reyes y Príncipes más importantes de Europa a fin de que prestaran su ayuda a la recién nacida orden, que había sido bien recibida no sólo por el poder temporal, sino también por el eclesiástico, ya que fue el Patriarca de Jerusalén la primera autoridad de la Iglesia que la aprobó canónicamente. Nueve años después de la creación de la misma en Jerusalen, en 1128 se reunió el llamado Concilio de Troyes que se encargaría de redactar la regla para la recién nacida orden de los Pobres Caballeros de Cristo. El concilio fue encabezado por el legado pontificio D'Albano y a el acudieron los obispos de Chartres, Reims, París, Sens, Soissons, Troyes, Orleans, Auxerre y demás casas eclesiásticas de Francia. Hubo también varios abades como Etiene Harding, mentor de San Bernardo, el propio San Bernardo; y laicos como el Conde de Champaña y el Conde de Nevers. Ante la asamblea Hugo de Payens expuso las necesidades de la orden, y se decidieron artículo por artículo hasta los más minimos detalles de ésta, como podían ser desde los ayunos hasta la manera de llevar el peinado, pasando por rezos, oraciones e incluso armamento.
La regla del temple más antigua que se conoce es la concedida por San Bernardo al Patriarca de Jerusalen y que éste reformó antes de entregársela a Hugo de Payens. La orden constaba de un acta oficial del Concilio y un reglamento de 72 artículos entre los que se encontraban algunos como:
Articulo X: Del comer carne en la semana. En la semana, sino es en el dia de Pascua de Natividad, o Resurrección, o festividad de nuestra Señora, o de Todos los Santos, que caygan, basta comerla en tres veces, o dias, porque la costumbre de comerla, se entiende es corrupción de los cuerpos. Si el Martes fuere de ayuno, el Miercoles se os de con abundancia. En el Domingo, assi a los Cavalleros, como a los Capellanes, se les de sin duda dos manjares, en honra de la santa Resurrección; los demás sirvientes se contenten con uno, y den gracias a Dios.
Este ejemplo denota lo meticulosa que pudo llegar a ser esta primera regla. Una vez redactada y entregada al patriarca de Jerusalén; éste la modificó eliminando doce artículos e introduciendo veinticuatro nuevos entre los cuales se encontraba la referencia a vestir solo el manto blanco entre los caballeros. El atuendo del caballero templario, es decir, la cruz paté roja sobre manto blanco fue otorgada a la orden por medio del patriarca de Jerusalén Balduino I, quien al llegar al poder, sustituyó a los veinte canónigos que su antecesor Godofredo de Bouillon colocara en el santo sepulcro dándoles el sobrenombre de Orden del Santo Sepulcro, por veinte caballeros templarios haciéndoles vestir con los ropajes de sus predecesores. El manto blanco simbolizaba la inocencia y pureza del caballero mientras que la cruz roja, simbolizaba su martirio.
Una vez redactada la regla básica, cinco de los nueve integrantes de la orden viajaron encabezados por Hugo de Payens, por Francia primero y por el resto de Europa después, recogiendo donaciones y alistando caballeros en sus filas. Se dirigieron primero a los lugares de los que provenían, con la seguridad de su aceptación y asegurándose cuantiosas donaciones. En este periplo consiguieron reclutar en poco tiempo una cifra cercana a los 300 caballeros sin contar escuderos, hombres de armas o pajes.
Importante fue para la orden la ayuda que en Europa les concedió el abad San Bernardo de Claraval que debido a los parentescos y las cercanías con varios de los 9 primeros caballeros, se esforzó sobremanera en dar a conocimiento a la Orden gracias a sus altas influencias en Europa, sobre todo en la Corte Papal. San Bernardo era sobrino de André de Montbard, quinto Gran Maestre de la Orden, y primo por parte de madre de Hugo de Payens. Era también un fanático religioso que había sabido granjearse la confianza de media Europa hasta el punto de ser tan admirado como temido. Luchó contra la orden de Cluny y contra Pedro Abelardo, brillante maestro de la época cuyas enseñanzas Bernardo encontraba peligrosas. Así pues era de esperar que San Bernardo aconsejara a la orden una regla rígida y que les hiciera aplicarse a ella en cuerpo y alma. Participó en su redacción en 1128 en el Concilio de Troyes introduciendo numerosas enmiendas en el texto básico que redactó el patriarca de Jerusalén, Etienne de la Ferté. Y ayudó posteriormente de nuevo, a Hugo de Payens redactando una serie de cartas en las que defendía a la Orden Del Temple como el verdadero ideal de la caballería e invitaba a las masas a unirse a ella.
Los privilegios de la Orden fueron confirmados por las bulas Omne datum optimum (1139), Milites Templi (1144) y Militia Dei (1145). En ellas, de manera resumida, se daba a los Caballeros del Temple una autonomía formal y real respecto a los Obispos, dejándolos sujetos tan sólo a la autoridad papal; se les excluía de la jurisdicción civil y eclesiástica; se les permitía tener sus propios capellanes y sacerdotes, pertenecientes a la Orden; se les permitía recaudar bienes y dinero de variadas formas (por ejemplo, tenían derecho de óbolo -esto es, las limosnas que se entregaban en todas las Iglesias- una vez al año). Además, estas bulas papales les daban derecho sobre las conquistas en Tierra Santa, y les concedía atribuciones para construir fortalezas e iglesias propias, lo que les dio gran independencia y poder.
Durante su estancia inicial en Jerusalén se dedicaron únicamente a escoltar a los peregrinos que acudían a los santos lugares, y ya que su escaso número (9) no permitía que realizaran actuaciones de mayor magnitud, se instalaron en el desfiladero de Athlit protegiendo los pasos cerca de Cesarea. Hay que tener en cuenta, de todas maneras, que sabemos que eran nueve caballeros, pero, siguiendo las costumbres de la época, no se conoce exactamente cuántas personas componían en verdad la Orden en principio, ya que los caballeros tenían todos ellos un séquito, menor o mayor. Se ha venido en considerar que, por cada caballero, habría que contar tres o cuatro personas, por lo que estaríamos hablando de unas 30–50 personas, entre caballeros, peones, escuderos, servidores, etc.
Sin embargo, su número aumentó de manera significativa al ser aprobada su regla y ese fue el inicio de la gran expansión de los pauvres chevaliers du temple (en francés: pobres caballeros del templo). Hacia 1170, unos 50 años después de su fundación, los Caballeros de la Orden del Temple se extendían ya por tierras de lo que hoy es Francia, Alemania, el Reino Unido, España y Portugal. Esta expansión territorial contribuyó al enorme incremento de su riqueza que pronto no tuvo igual en todos los reinos de Europa.
El principio del Fin
Pero las derrotas ante Saladino les hacen retroceder en Tierra Santa; así en la batalla de los Cuernos de Hattin que tuvo lugar el 4 de julio del año 1187 en Tierra Santa, al Oeste del Mar de Galilea, en el desfiladero conocido como Cuernos de Hattin (Qurun-hattun), el ejército cruzado, formado principalmente por contingentes Templarios y Hospitalarios a las órdenes de Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, y Reinaldo de Chatillon, se enfrentó a las tropas del sultán de Egipto, Saladino. Este, les inflingió una tremeda derrota, en la que murieron el Gran Maestre de los templarios y muchos de sus caballeros, aparte de las bajas hospitalarias. Saladino tomó posesión de Jerusalén y terminó de un manotazo con el Reino que había fundado Balduino; sin embargo, la presión de la Tercera Cruzada y, sobre todo, el buen hacer de Ricardo I de Inglaterra (llamado Corazón de León) lograron de Saladino un acuerdo para convertir Jerusalén en una especia de "ciudad libre" para el peregrinaje.
Despúes del desastre de Hattin, las cosas fueron de mal en peor y en 1244 cae definitivamente Jerusalén, y los Templarios se ven obligados a mudar sus cuarteles generales a San Juan de Acre, junto con las otras dos grandes órdenes monástico-militares, los Hospitalarios y los Caballeros Teutónicos.
Las posteriores Cruzadas (esto es, la Cuarta, la Quinta y la Sexta), a las que evidentemente se alistaron los templarios, o no tuvieron un reflejo práctico en Tierra Santa o fueron episodios demenciales (como la toma de Bizancio en la Cuarta Cruzada)
En 1248, Luis IX de Francia (después conocido como San Luis) decide convocar la Séptima Cruzada, y la lidera, pero no a Tierra Santa, sino a Egipto. El error táctico del Rey y las pestes que sufrieron los ejércitos cruzados, les llevaron a la derrota de Mansura y al desastre posterior en el que el propio Luis IX cayó prisionero. Y fueron los templarios, tenidos en alta estima por sus enemigos, los que negociaron la paz y los que prestarían a Luis la fabulosa suma que componía el rescate que debía pagar por su persona.
En 1291 cae San Juan de Acre, con los últimos templarios luchando junto a su Maestre, lo que constituyó el fin de la presencia cruzada en Tierra Santa, pero no el fin de la Orden, que mudó su Cuartel General a Chipre tras comprar la isla.
Tras su expulsión de Tierra Santa
Los templarios intentarían reconquistar cabezas de puente para su nueva penetración en el Oriente Medio desde Chipre, siendo la única de las tres grandes órdenes de caballería que lo hizo, pues tanto los Hospitalarios como los Caballeros Teutónicos dirigieron sus intereses a diferentes lugares.
Este esfuerzo se revelaría a la postre inútil, no tanto por la falta de medios o de voluntad, como por el hecho de que la mentalidad había cambiado y a ningún poder de Europa le interesaba ya la conquista de los Santos Lugares, con lo que los templarios se hallaron solos. De hecho, al parecer, una de las razones por las que Jacques de Molay se encontraba en Francia cuando lo capturaron era la intención de convencer al rey francés de emprender una nueva Cruzada.
Historia por países
Los templarios en la Corona de Aragón
Artículo principal: Los templarios en la Corona de Aragón
La orden comienza su implantación en la zona oriental de la península ibérica en la década de 1130. En 1131, el conde de Barcelona Ramón Berenguer III pide su entrada en la orden, y en 1134, el testamento de Alfonso I de Aragón les cede su reino a los templarios, junto a otras órdenes, como los hospitalarios o la del Santo Sepulcro. Este testamento sería revocado, y los nobles aragoneses, disconformes, entregaron la corona a Ramiro II, aunque hicieron numerosas concesiones, tanto de tierras como de derechos comerciales a las órdenes para que renunciaran. Este rey buscaba la unión con Barcelona de la que nacería la Corona de Aragón.
Esta corona pronto llegaría a un acuerdo con los templarios, para que colaboraran en la Reconquista, la concordia de Gerona, en 1143, por la que recibieron los castillos de Monzón, Mongay, Chalamera, Barberá, Remolins y Corbíns, junto con la honor de Lope Sanz de Belchite, favoreciéndoles con donaciones de tierras, así como con derechos sobre las conquistas (un quinto de las tierras conquistadas, el diezmo eclesiástico, parte de las parias cobradas a los reinos taifas). También, según estas condiciones, cualquier paz o tregua tendría que ser consentida por los templarios, y no sólo por el rey.
Como en toda Europa, numerosas donaciones de padres que no podían dar un título nobiliario más que al hijo mayor, y buscaban cargos eclesiásticos, militares, cortesanos o en órdenes religiosas, enriquecieron a la orden.
En 1148, por su colaboración en las conquistas del sur de Cataluña, los templarios recibieron tierras en Tortosa (de la que tras comprar las partes del rey y los genoveses quedaron como señores) y de Lérida (donde se quedaron en Gardeny y Corbins). Tras una resistencia que se prolongaría hasta 1153, cayeron las últimas plazas de la región, recibiendo los templarios Miravet, en una importante situación en el Ebro.
Tras la derrota de Muret, que supuso la pérdida del imperio transpirinaico aragonés, los templarios se convirtieron en custodios del heredero a la corona en el castillo de Monzón. Este, Jaime I el Conquistador, contaría con apoyo templario en sus campañas en Mallorca (donde recibirían un tercio de la ciudad, así como otras concesiones en ella), y en Valencia (donde de nuevo recibieron un tercio de la ciudad).
Los templarios se mantuvieron fieles al rey Pedro III de Aragón, permaneciendo a su lado durante la excomunión que sufrió a raíz de su lucha contra Francia en Italia.
Los templarios en Castilla
Los templarios ayudaron a la repoblación de zonas conquistadas por los cristianos, creando asentamientos en los que edificaban ermitas bajo la advocación de mártires cristianos, como es el caso de Hervás, población del Señorío de Béjar.
Ante la invasión almohade, los templarios lucharon en el ejército cristiano, venciendo junto a los reinos de Castilla, Navarra y Aragón en la batalla de Las Navas de Tolosa (1212).
En 1265, colaboraron en la conquista de Murcia, que se había levantado en armas, recibiendo en recompensa Jerez de los Caballeros, el castillo de Murcia y Caravaca.
En Portugal
Los templarios entran en Portugal en tiempos de la condesa Teresa de León, de la que reciben Fonte Arcada en 1127. Un año después reciben Castelo de Soure a cambio de su colaboración en la Reconquista. En 1145 reciben Castelo de Longroiva por su ayuda a Alfonso Henriques en la toma de Santarém.
En 1160 reciben Tomar, que se convertiría en su sede regional.
A la bula papal ordenando la disolución, los reyes portugueses cambiaron el nombre de la orden en Portugal por el de Orden de Cristo, aunque con sustanciales diferencias respecto a la Orden del Temple original, sobre todo en cuanto a Regla, votos y forma de elección de los cargos.
En Inglaterra, Escocia e Irlanda
En Inglaterra, país muy unido a Francia, dado que en la época el Rey inglés era a la sazón (entre otros títulos) Duque de Normandía, y señor de numerosos feudos franceses, el Temple estuvo presente muy rápido.
Si bien su presencia no alcanzó la extensión que poseía en Francia, no es menos cierto que fue de vital importancia, no sólo territorialmente, sino políticamente. De hecho, el conocido Ricardo Corazón de León (Ricardo I de Inglaterra) fue un benefactor de la orden y un magnate de ella, tanto que su escolta personal la componían templarios y que a su muerte dicen fue vestido con el hábito de los mismos. Asimismo tuvo gran simpatía por los templarios Guillermo El Mariscal, que fue considerado en su época el mejor caballero que había montado a caballo.
Tal es así, que los historiadores han llegado a la conclusión de que cualquier topónimo inglés, escocés o irlandés que empiece o acabe en "Temple" es, a la postre, un antigua posesión de los templarios.
Polonia
Los templarios no estuvieron activos en Polonia hasta el siglo XIII, cuando el príncipe silesio Henryk Brodaty les cedió propiedades en las tierras de Oławy (Oleśnica Mała) y Lietzen (Leśnica). Más tarde Władysław Odoniec les donaría Myślibórz, Wielką Wieś, Chwarszczany y Wałcz. El príncipe polaco Przemysław II les entregaría Czaplinek. La orden llegaría a tener en Polonia al menos doce komandorie (comendadores), que según algunos historiadores pudieron ser hasta cincuenta. A pesar de su lejanía de Tierra Santa y del Mediterráneo, que era el centro de la orden, llegaría a haber entre 150–200 caballeros en Polonia, de procedencia mayoritariamente germánica. El número de caballeros polacos es difícil de estimar. A la disolución de la Orden, la inmensa mayoría de ellos se pasaron a la Orden de los Caballeros Hospitalarios o a la de los Caballeros Teutónicos.
El final de la Orden
Felipe IV de Francia, el Hermoso, ante las deudas que su país había adquirido, entre otras cosas, por el préstamo que su abuelo Luis IX solicitó para pagar su rescate tras ser capturado en la VII Cruzada, y su deseo de un estado fuerte, con el rey concentrando todo el poder (que entre otros obstáculos, debía superar el poder de la Iglesia y las diversas órdenes religiosas como los templarios), convenció (o más bien, intimidó) al Papa Clemente V, fuertemente ligado a Francia, pues era de su hechura, de que iniciase un proceso contra los templarios acusándolos de sacrilegio a la cruz, herejía, sodomía y adoración a ídolos paganos (se les acusó de escupir sobre la cruz, renegar de Cristo a través de la práctica de ritos heréticos, de adorar a Baphomet y de tener contacto homosexual, entre otras cosas).
En ésta labor contó con la inestimable ayuda de Guillermo de Nogaret, canciller del reino, famoso en la historia por haber sido el estratega del incidente de Anagni, en el que Sciarra Colonna había abofeteado al Papa Bonifacio VIII con lo que el Sumo Pontífice había muerto de humillación al cabo de un mes; del Inquisidor General de Francia, Guillermo Imberto, más conocido como Guillermo de París; y de Eguerrand de Marigny, quien al final se apoderará del tesoro del Temple y lo administrará en nombre del Rey, hasta que sea transferido a la Orden de los Hospitalarios.
Para ello se sirvieron de las acusaciones de un tal Esquieu de Floyran, espía a las órdenes tanto de la Corona de Francia como de la Corona de Aragón.
Parece ser que este Esquieu le fue a Jaime II de Aragón con la especie de que un prisionero templario, con quien había compartido una celda, le había confesado los pecados de la Orden; Jaime no le creyó y lo echó "con cajas destempladas"..., así que Esquieu se fue a Francia a contarle el cuento a Guillermo de Nogaret, que no tenía más voluntad que la del Rey, y que, creyera o no creyera en el mismo, no perdió la oportunidad de usarlo como pie para montar el dispositivo que, a la postre, llevó a la disolución de la Orden.
Felipe despachó correos a todos los lugares de su reino con órdenes estrictas de no ser abiertos hasta un día concreto, el anterior a al viernes 13 de octubre de 1307 en lo que se podría decir que fue una operación conjunta simultánea en toda Francia; en ésos pliegos se ordenaba la detención de todos los templarios y el requisamiento de sus bienes.
Jacques de Molay, último gran maestre de la orden, y 140 templarios fueron encarcelados y seguidamente sometidos a torturas, método por el cuál consiguieron que la mayoría de los acusados se declararan culpables de los cargos, inventados o no. Cierto es que algunos efectuaron similares confesiones sin el uso de la tortura, pero lo hicieron por miedo a ella; la amenaza había sido suficiente. Tal era el caso del mismo gran maestre, Jacques de Molay, quien luego admitió haber mentido para salvar la vida.
Llevada a cabo sin la autorización del Papa, quien tenía a las órdenes militares bajo su jurisdicción inmediata, esta investigación era radicalmente corrupta en cuanto a su finalidad y a sus procedimientos, pues los templarios habían de ser juzgados con respecto al derecho Canónico y no por la justicia ordinaria. Esta descarada intervención del poder temporal en la esfera de personas que estaban aforadas y sometidas por ello a la jurisdicción papal, no sólo produjo de Clemente V una enérgica protesta, sino que el Pontífice anuló el juicio íntegramente y suspendió los poderes de los obispos y sus inquisidores. No obstante, la acusación había sido admitida y permanecería como la base irrevocable de todos los procesos subsiguientes.
Felipe el Hermoso sacó ventaja del "desenmascaramiento", y se hizo otorgar por la Universidad de París el título de «campeón y defensor de la fe», y, en los Estados Generales convocados en Tours supo poner a la opinión pública en contra de los supuestos crímenes de los templarios . Más aún, logró que se confirmaran delante del Papa las confesiones de setenta y dos presuntos templarios acusados, quienes habían sido expresamente elegidos y entrenados de antemano. En vista de esta "investigación" realizada en Poitiers (junio de 1308), el Papa, que hasta entonces había permanecido escéptico, finalmente se mostró interesado y abrió una nueva comisión, cuyo proceso él mismo dirigió. Reservó la causa de la Orden a la comisión papal, dejando el juicio de los individuos en manos de las comisiones diocesanas, a las que devolvió sus poderes.
La comisión papal asignada al examen de la causa de la Orden había asumido sus deberes y reunió la documentación que habría de ser sometida al Papa y al Concilio General convocado para decidir sobre el destino final de la Orden. La culpabilidad de las personas aisladas, que se evaluaba según lo establecido, no entrañaba la culpabilidad de la orden. Aunque la defensa del Temple fue efectuada deficientemente, no se pudo probar que la orden, como cuerpo, profesara doctrina herética alguna o que una regla secreta, distinta de la regla oficial, fuese practicada. En consecuencia, en el Concilio General de Vienne, en el Delfinado, el 16 de octubre de 1311, la mayoría fue favorable al mantenimiento de la Orden, pero el Papa, indeciso y hostigado por la corona de Francia principalmente, adoptó una solución salomónica: decretó la disolución, no la condenación , y no por sentencia penal, sino por un decreto apostólico (bula Vox clamantis del 22 de marzo de 1312).
El Papa reservó para su propio arbitrio la causa del Gran Maestre y de sus tres primeros dignatarios. Ellos habían confesado su culpabilidad y sólo quedaba reconciliarlos con la Iglesia una vez que hubiesen atestiguado su arrepentimiento con la solemnidad acostumbrada. Para darle más publicidad a esta solemnidad, delante de la catedral de Nôtre-Dame fue erigida una plataforma para la lectura de la sentencia, pero en el momento supremo, Molay recuperó su coraje y proclamó la inocencia de los templarios y la falsedad de sus propias supuestas confesiones. En reparación por este deplorable instante de debilidad, se declaró dispuesto al sacrificio de su vida y fue arrestado inmediatamente como herético reincidente, junto a otro dignatario que eligió compartir su destino, y fue quemado junto a Geoffroy de Charnay atados a una estaca frente a las puertas de Notre Dame en l'Ille de France el día de la Candelaria (18 de marzo) de 1314.

En los otros países europeos, las acusaciones no fueron tan severas, y sus miembros fueron absueltos, pero, a raíz de la disolución de la orden, los templarios fueron dispersados. Sus bienes fueron repartidos entre los diversos Estados y la Orden de los Hospitalarios: en la península ibérica pasaron a la corona de Aragón en el este peninsular, de Castilla en el centro y norte, de Portugal en el oeste y a la Orden de los Caballeros Hospitalarios, si bien tanto en un reino como en otro surgieron diversas órdenes militares que tomaron el relevo a la disuelta, como la Orden de los Frates de Cáceres o de Santiago, la Montesa (en Aragón), la Calatrava o la Álcantara, a las que se concedió la custodia de los bienes requisados. En Portugal el rey Dionisio les restituye en 1317 como "Militia Christi" o Caballeros de Cristo, asegurando así las pertenencias (por ejemplo, el Castillo de Tomar) de la orden en este país. En Polonia los Hospitalarios recibieron la totalidad de las posesiones de los Templarios.
Después de que el Papa dio la orden por disuelta, en Portugal, los templarios cambiaron su nombre a Caballeros de Cristo y algunos supervivientes de Francia pudieron haber escapado a lugares como Suiza o Escocia y otros reinos y señoríos aledaños.
Actualmente se encuentra en los archivos secretos vaticanos el pergamino de Chinon, que contiene la absolución del papa Clemente V a los Templarios [1]. Aun cuando este documento tiene una gran importancia histórica, pues demuestra la vacilación del Papa, nunca fue oficial y aparece fechado con anterioridad a las Bulas "Vox in excelso", "Ad providam" y "Considerantes", donde se procedió a la disolución de la Orden y la distribución de sus bienes. Así, según el texto de "Vox in excelso": "Nos suprimimos (...) la Orden de los templarios, y su regla, hábito y nombre, mediante un decreto inviolable y perpetuo, y prohibimos enteramente Nos que nadie, en lo sucesivo, entre en la Orden o reciba o use su hábito o presuma de comportarse como un templario. Si alguien actuare en este sentido, incurre automáticamente en excomunión". En concreto el Manuscrito de Chinon está fechado en agosto de 1308. En esas mismas fechas (agosto de 1308), el Papa emite la Bula "Facians Misericordiam", donde confirma la devolución de la jurisdicción a los inquisidores y emite el documento de acusación a los templarios, con 87 artículos de acusación. Asimismo, emite la bula "Regnans in coelis", por la que convoca el Concilio de Vienne. Por tanto, estas dos bulas, que sí fueron promulgadas oficialmente, tienen validez desde el punto de vista canónico, mientras que el documento de Chinon es un mero "borrador" de gran importancia histórica, pero escasa importancia jurídica.
Processus contra Templarios
El jueves 25 de octubre de 2007, los responsables del Archivo Vaticano publicaron el documento “Processus contra Templarios”, que recopila el Pergamino de Chinon, o las actas de exculpación del Vaticano a la Orden del Temple, precisamente el año en que se conmemora el 700 aniversario del inicio de la persecución contra el Temple.
El acto tuvo lugar en la Sala Vecchia del Sínodo, en el Vaticano, con la asistencia de Raffaele Farina, archivista bibliotecario de la Santa Romana Chiesa; Sergio Pagano, prefecto del Archivo Secreto Vaticano; Bárbara Frale, descubridora del pergamino y oficial del archivo; Marco Maiorino, oficial del archivo; Franco Cardini, medievalista y Valerio Massimo Manfredi, arqueólogo y escritor.
Los documentos que sirvieron al Tribunal papal para decidir la suerte de los templarios se encuentran en el Archivo Secreto del Vaticano, y se habían extraviado desde el siglo XVI, tras que un archivero los guardase en un lugar erróneo. En 2001, la investigadora italiana Bárbara Frale los encontró y su estudio mostró que el Papa Clemente V no quiso en principio condenar a los Templarios, aunque finalmente, cediendo a las presiones francesas, terminaría haciéndolo.
El "Pergamino de Chinon", uno de los documentos del volumen "Processus contra Templarios" presentado por el Vaticano, corrige la leyenda negra sobre los Orden y muestra la voluntad personal del papa Clemente V. A pesar de ello, y habida cuenta de que el "Pergamino de Chinon" es anterior a la fecha de las bulas papales de disolución de los Templarios, en realidad aquel quedó como una expresión de la conciencia personal del Papa. En cambio, la postura oficial de la Iglesia es la de la disolución de la Orden. En efecto, el documento de Chinón data de agosto de 1308. Ese mismo mes de agosto de 1308, el Papa promulga la bula "Facians Misericordiam", por la que se devolvió a los inquisidores su jurisdicción. En la segunda sesión del Concilio de Vienne, el 3 de abril de 1312, se aprueba la Bula Vox in Excelso, emitida por el propio Papa Clemente V el 22 de marzo de 1312, confirmada por la Bula Ad Providam de 2 de mayo de 1312. En ambas se declara la disolución definitiva de la Orden.
Processus contra Templarios establece que:
1. El Papa Clemente V no estuvo convencido de la culpabilidad de la Orden del Temple.
2. La Orden del Temple, su Gran Maestre Jacques de Molay y el resto de los templarios arrestados, muchos de ellos ajusticiados posteriormente, fueron absueltos por el Santo Padre.
3. El Temple nunca fue condenado, sino disuelto, fijando la pena de excomunión a quien quisiera reeditar la Orden.
4. El Papa Clemente V no creyó en las acusaciones de herejía y por ello permitió a los templarios ajusticiados recibir los Sacramentos, a pesar de lo cual, fueron ajusticiados en la forma en que la jurisdicción canónica establecía para los herejes relapsos (aquellos que después de confesar, se echan atrás en sus confesiones)
5. Clemente V negó las acusaciones de traición, herejía y sodomía con las que el Rey de Francia acusó al Temple, no obstante lo cual, convocó el Concilio de Vienne para confirmar dichas acusaciones.
6. El proceso y martirio de templarios fue un “sacrificio” para evitar un cisma en la Iglesia Católica, que no compartía en su gran parte las acusaciones del Rey de Francia, y muy especialmente de la Iglesia francesa.
7. Las acusaciones fueron falsas y las confesiones conseguidas bajo torturas.
En resumen, a la vista de los documentos históricos cabe resumir que, aunque el Papa Clemente V intentara en su fuero interno evitar la condena a los templarios, su debilidad frente a Felipe V de Francia hizo que continuara con el proceso de disolución de la Orden. Este proceso de disolución acaba en 1312. Recojamos en este punto lo que la bula Ad Providam, que no ha sido a día de hoy derogada, dice al respecto:
"...Hace poco, Nos, hemos suprimido definitivamente y perpetuamente la Orden de la Caballería del Templo de Jerusalén a causa de los abominables, incluso impronunciables, hechos de su Maestre, hermanos y otras personas de la Orden en todas partes del mundo... Con la aprobación del sacro concilio, Nos, abolimos la constitución de la Orden, su hábito y nombre, no sin amargura en el corazón. Nos, hicimos esto no mediante sentencia definitiva, pues esto sería ilegal en conformidad con las inquisiciones y procesos seguidos, sino mediante orden o provisión apostólica."
Fragmento de la bula Ad Providam
Economía de la Orden
Cien años más tarde de su fundación oficial, hacia 1220, eran la Organización más grande de Occidente, en todos los sentidos (desde el militar hasta el económico), con más de 9.000 encomiendas repartidas por toda Europa, unos 30.000 caballeros y sargentos (más los siervos, escuderos, artesanos, campesinos, etc.), más de 50 castillos y fortalezas en Europa y Oriente Próximo, una flota propia anclada en puertos propios en el Mediterráneo (Marsella) y en La Rochelle (en la costa atlántica de Francia).
Todo este poder económico se articulaba en torno a dos instituciones caracterísiticas de los templarios: la Encomienda y la Banca.
La Banca
Uno de los aspectos en los que la orden destacó de una manera extremadamente rápida y sobresaliente fue a la hora de afianzar todo un sistema socio-económico sin precedentes en la historia. La dura tarea de llevar un frente en ultramar les hizo proveerse de una increíble flota, una red de comercio fija y establecida, así como de un buen número de posesiones en Europa para mantener en pie un flujo de dinero constante que permitiera subsistir al ejército defensor en Tierra Santa.
A la hora de dar donaciones a la casa del temple, la gente lo hacía de buena gana, unos interesados en ganarse el cielo; otros por el hecho de quedar bien con la orden. De este modo la misma recibía posesiones, bienes inmuebles, parcelas, tierras, títulos, derechos, porcentajes en bienes, e incluso pueblos y villas enteras con los derechos y aranceles que sobre ellas caían. Muchos nobles europeos confiaron en ellos como guardianes de sus riquezas e incluso muchos templarios fueron usados como tesoreros reales, como en el caso del reino francés, que dispuso de tesoreros templarios que tenían la obligación de personarse en las reuniones de palacio em las que se debatiera el uso del tesoro.
Para mantener un flujo constante de dinero, la orden tenía que tener garantías de que el capital no fuera usurpado o robado en lo largos viajes. Con este fin se estableció en Francia una serie de redes de encomiendas que se esparcían por prácticamente toda la geografía francesa y que no distaban unas de otras más que un día de viaje. Con esta idea se auguraban de que los comerciantes durmieran siempre a resguardo bajo techo del temple y poder así garantizar siempre la seguridad de sus caminos.
No solo supieron crearse todo un sistema de mercado, sino que se convirtieron en los primeros banqueros desde la caída de Roma. Y lo hicieron a sabiendas de la escasez de moneda en la vieja Europa y ofreciendo en sus tratos intereses mucho menos usurarios que los ofrecidos por los mercaderes judíos. Así pues, crearon libros de cuentas, la contabilidad moderna, los pagarés e incluso la primera letra de cambio. En esta época pesaba mucho la idea de transportar dinero en metálico por los caminos, y el temple dispuso de documentos acreditativos para poder recoger una cantidad anteriormente entregada en cualquier otra encomienda de la orden. Solo hacía falta la firma, o en su caso, el sello.
La Encomienda
La encomienda es un bien inmueble, territorial, localizado en determinado lugar, que se formaba gracias a donaciones y compras posteriores y a cuya cabeza se encontraba un Preceptor. Así, a partir de un molino (por ejemplo) los templarios compraban un bosque aledaño, luego unas tierras de labor, después adquirían los derechos sobre un pueblo, etc., y con todo ello formaban una encomienda, a manera de un feudo clásico. También podían formarse encomiendas reuniendo bajo un único preceptor varias donaciones más o menos dispersas. Tenemos noticia de encomiendas rurales (Mason Dieu, en Inglaterra, por ejemplo) y urbanas (el "Vieux Temple", recinto amurallado en plena capital francesa).
Al poco, su red de encomiendas derivó en toda una serie de redes de comercio a gran escala desde Inglaterra hasta Jerusalén, que ayudadas por una potente flota de barcos en el Mediterráneo consiguió hacerle la competencia a los mercaderes italianos (sobre todo, de Génova y Venecia). La gente confiaba en el temple, sabían que sus donaciones y sus negocios estaban asegurados y por ello no dejaron nunca de tener clientela. Llegaron hasta el punto de hacerles préstamos a los mismísimos reyes de Francia e Inglaterra.
Sin embargo, sus operaciones económicas siempre tuvieron como meta el dotar a la Orden de los fondos suficientes como para mantener en Tierra Santa un ejército en pie de guerra constante. Y por ello el lema de la Orden:
Non nobis, Domine, Non Nobis,Sed Nomine Tuo Da Gloriam
No para nosotros, Señor, no para nosotrossino en Tu Nombre danos Gloria
Comerciantes de reliquias
Los templarios tuvieron uno de sus más lucrativos negocios en la comercialización de reliquias. Los templarios distribuían el óleo del milagro de Saidnaya, un santuario a 30 km. de Damasco a cuya Virgen se atribuía el milagro de exudar un líquido oleoso. Los templarios lo embotellaban en pequeños frascos y lo distribuían en Occidente.
También comercializaron numerosos fragmentos del lignum crucis.
Especulaciones y misterios
La orden del Temple ha estado siempre vinculada con historias, leyendas, y mitos de los cuales no existen pruebas plausibles y concluyentes.
El hecho de que la orden naciera bajo el dominio expreso de solamente nueve caballeros y se mantuviera fuertemente así durante un periodo de nueve años, a pesar de los esfuerzos de Balduino I por hacerles reclutar más caballeros, ha dado origen a las historias y leyendas de la Orden que afirman que se establecieron en Jerusalen buscando "algo" que tardaron nueve años en encontrar. Ésta es la más básica de las leyendas sobre los templarios y se apoya en el hecho de que el conde de la Champaña a menudo mantuvo una linea de contacto entre San Bernardo y los templarios de Jerusalen, de hecho, es sabido que al conde lo denominaban como el décimo caballero que fundó la orden.
Entre los temas más destacados podemos encontrar las leyendas sobre el descubrimiento del Santo Grial, en cualquiera de las acepciones que conforman la leyenda.
También se cuenta que en ese periodo de nueve años que los monjes pasaron en el templo de Salomón, excavaron y encontraron un fabuloso tesoro, que podía ser, desde el antiguo tesoro del Rey Salomón que las crónicas daban por expoliado hasta el Arca de la Alianza que es leyenda que se hallaba enterrada bajo el templo.
Numerosas son las leyendas que ha rodeado a la orden, a su fundación, a su final y a su tesoro; a continuación, se detallarán algunas de las más famosas:
La Leyenda del Viernes 13
Se asocia normalmente al juicio de los templarios la aciaga leyenda de este día. Sin embargo, el 13 es un número relacionado con la mala suerte en muchas culturas, mientras que la detención masiva de los templarios en un viernes 13 sólo ocurrió en Francia,cuando por orden del rey, todos los caballeros de la orden fueron detenidos.
Cátaros y albigenses
Con frecuencia, la literatura esotérica sobre los templarios incluye a los cátaros, una herejía medieval que también plantea numerosas incógnitas. Esta relación se ve reforzada porque ambos grupos tenían su mayor implantación en el sur de Francia.
Es factible que cátaros ingresaran en la orden, de lo cual existen registros en la encomienda de Másdeu, por ejemplo. Probablemente podría acudirse a un mutuo sentimiento de simpatía en ciertas regiones muy determinadas de Francia o de la Corona de Aragón. Pero, desde luego, puede afirmarse con rotundidad que la generalidad de los templarios no fueron adeptos al catarismo.
El tesoro de los templarios
El tesoro de los Templarios, sea cual fuere la naturaleza de éste, también es otro tema muy dado a la fantasía. Las riquezas de los templarios parecen haber sido el motivo de Felipe de Francia para eliminar a la orden. Sin embargo, la leyenda dice que cuando tomó posesión de los edificios del Temple en París, no pudo encontrarlo.
¿Dónde está, pues, ese tesoro, si es que no se encontró? Hay varias opciones: la primera, en el castillo de Arginy, en la región francesa de Beaujolais, donde la tradición dice que el templario Francisco de Beaujeu escondió el tesoro del "Vieux Temple", y donde los Rosemont, propietarios del castillo desde 1883, hicieron numerosas excavaciones que abandonaron por "miedo", y donde se han realizado varias investigaciones y reuniones de sociedades secretas, pero donde nunca se ha logrado encontrar nada.
La segunda, en el castillo de Gisors, cerca de París. Allí, en 1944, Roger Lhomoy (jardinero) excavó un túnel debajo del castillo, tras el que dice que encontró una capilla románica, con 19 sarcófagos y treinta armarios de metal noble. Comunicó su hallazgo a las autoridades pero nadie le hizo caso. Incluso después, ciertas autoridades arqueológicas le tildaron de enfermo mental. Pero, tesoro o no tesoro, parece ser que en 1964, la zona fue militarizada, controlada por el ejército y fuertemente vigilada.
Lo cierto es que tras la disolución de la orden del Temple hubo un reflote de la moneda de plata francesa. Como es bien sabido, en estas economías medievales, la devaluación de una moneda estaba en proporción directa con la cantidad de metal noble con el que se acuñaban. Ese repunte de la moneda francesa indica bien a las claras que Felipe el Hermoso obtuvo, en las mismas fechas, una ingente cantidad de plata que no pudo obtenerlas de las recientemente agotadas minas de plata francesa, ni tampoco del expolio realizado a los judíos tan sólo tres años antes. Este repunte en la economía francesa coincide contablemente con la caída del Temple.
La flota templaria
La flota templaria anclada en La Rochelle es otro misterio, pues se desvaneció como si nunca hubiera existido. Hay constancia histórica de la existencia de esa flota, pero lo cierto es que Felipe "el Hermoso" nunca pudo echar mano de ella. También existe documentación que afirma que la mañana del 13 de Octubre de 1307, doce galeras con la cruz paté en sus velas partieron del puerto de la Rochelle con rumbo desconocido y que una de ellas fue avistada al norte de Escocia acercándose a tierra firme.
El destino de la flota es un misterio. La teoría más factible asegura que la flota se dirigió costeando Inglaterra e Irlanda hasta Escocia, donde a la sazón reinaba Robert Bruce, que estaba excomulgado por el Papa Clemente y cuyos territorios estaban colocados en interdicto. Reino en el que, evidentemente, el rey no tendría muchos reparos en no cumplir las bulas papales y que se hallaba inmerso en una lucha a vida o muerte con Inglaterra, razón por la cual Robert Bruce debería haber acogido con los brazos abiertos a los caballeros templarios, expertos guerreros. Se llega a decir que la victoria decisiva de Escocia sobre Inglaterra en la Batalla de Bannockburn fue debida a una carga de caballeros templarios.
Las teorías más fantasiosas llegan a hacerla viajar a América a pesar de las dificultades técnicas de la época. Las supuestas pruebas (en las leyendas de los nativos precolombinos) son, cuando menos, dudosas.
Relaciones con la Orden de Sión
Hay una leyenda que afirma el acercamiento entre ambas ordenes en Tierra Santa. De hecho se sabe que La Orden de Sión nace a manos de Godofredo de Bouillon en 1090 y que en 1099 instala su sede en Jerusalen. Cuenta la leyenda que ambas órdenes compartían secretos e incluso maestres y que ambas estaban bajo la única autoridad del Papa.
De hecho, se cree que los canónigos pertenecientes a la Orden del Santo Sepulcro eran, en realidad, los primeros caballeros de la Orden de Sion que más tarde se iniciarían dentro del Temple. Esto llevó a pensar que el brazo armado de la Orden de Sion era el Temple.
El mito de que ambas órdenes finalizaron sus relaciones en el suceso llamado la "tala del olmo" en 1188 es en realidad una corrupción de otro hecho histórico que en realidad sucedió en Gisors y que se produjo entre Enrique II de Inglaterra y Felipe II de Francia. La leyenda continúa diciendo que algunos de los grandes maestres del Temple lo fueron también de la orden de Sión y que la orden estuvo funcionando hasta siglo XX bajo la dirección de maestres como Leonardo Da vinci o Sir Isaac Newton. Esta última leyenda surge, principalmente, de los falsificados Dossiers secretos de Pierre Plantard.
Toda esta confusión proviene, sobre todo, de la identificación entre la histórica Orden de Sión, fundada por Godofredo de Bouillon y el mítico Priorato de Sion, creado por Pierre Plantard.
La leyenda de la maldición del último Maestre
Cuando iba a ser quemado en la hoguera, Jacques de Molay, frente a la Catedral de Notre Dame, donde se retractó públicamente de nuevo de cuantas acusaciones se había visto obligado a admitir, proclamó la inocencia de la Orden y, según la leyenda, maldijo a los culpables de la conspiración. En el plazo de un año, antes del día de todos los santos. Dicha maldición se cumplió con la muerte de Felipe IV (según Maurice Druon, de un accidente cerebrovascular durante una expedición de caza) y del papa Clemente V.
Por último, y desde un punto de vista tan esotérico como romántico, una leyenda cuenta que en París en la zona del Vieux Temple, cuando las noches son oscuras y cerradas, aún se puede escuchar una voz que grita "¡¿Quién defiende al Temple?!".
Templarios en la actualidad
Debido al misterio con que se ha adornado siempre la historia de la Orden del Temple, después de su disolución han ido apareciendo autoproclamados sucesores de la misma.
En 1981 la Santa Sede se tomó el trabajo de confeccionar una lista de organizaciones que se declaraban sucesoras de los templarios... y encontró más de cuatrocientas[cita requerida].
Cierto que la inmensa mayoría de ellas no son sino grupos de pantalla para cubrir otros fines, con prácticas que bordean el límite de lo lícito, y, algunas otras, con un claro comportamiento sectario (como la famosa secta Orden del Templo Solar).
Algunas asociaciones de esta lista, sin embargo, dedican su trabajo a fines altruistas (los Caballeros de la Alianza Templaria, contra la droga, por ejemplo) o a fines menos prácticos pero inocuos (La Orden de los Caballeros del Temple y de la Virgen María y su dedicación a la alquimia) o algunas "Hermandades o Maestrazgos" que en definitiva no son de linaje templario sino mas bien proyectos personales...
Algunas corrientes masónicas también dicen descender de los templarios, como la Estricta Observancia Templaria del Barón d'Hund, y algunos ritos masónicos tienen grados relacionados con los templarios. De hecho, Andrew Mitchell Ramsay, considerado el padre de la masonería escocesa como la conocemos hoy en día, en su "Discurso" afirmaría sin ambages que los cruzados habían fundado la masonería en Tierra Santa, y que dicha masonería no era sino la Orden del Temple; así, la famosa Capilla Rosslyn sería atribuida sin fundamento a los templarios, dando inicio a leyendas en las que se dice que escondieron en su ornamentación las claves de su supuesto saber hermético y del lugar de su tesoro. También se crea de esta manera una inconexa e indocumentada relación con la masonería.
Pero ninguna de las organizaciones existentes hoy en día puede, en manera alguna, probar su efectiva y legal descendencia de la Orden fundada por Hugo de Payens y sus Pobres Caballeros de Cristo.
Para terminar, fue el inmortal Dante, en su magna obra "La Divina Comedia", en el Libro del Paraíso, Capítulo XXX, versos 127-129, el que dio la última noticia real de los Templarios:
"Como al que quiere hablar y no halla acento
me llevó Beatriz y dijo: Mira
de estolas blancas este gran convento"

viernes, 25 de julio de 2008

CLEOPATRA LA ULTIMA REINA DE EGIPTO

Cleopatra Filopator Nea Thea, Cleopatra VII (en griego: Κλεοπάτρα Φιλοπάτωρ), fue la última reina del Antiguo Egipto y de la dinastía Ptolemaica también llamada Lágida, aquella que fue creada por Ptolomeo I Sóter, general de Alejandro Magno. Nació en el año 69 a. C. (fecha aproximada) y murió en el año 30 a. C.
Era hija de Cleopatra V Trifena y de Ptolomeo XII Auletes, de quien heredó el trono en el año 51 a. C., a la edad de 17 años, junto con su hermano Ptolomeo XIII, que contaba tan sólo 12 años, y que sería además su esposo (hecho frecuente en los matrimonios regios ptolemaicos).


Comienzos del reinado
El padre de Cleopatra, Ptolomeo XII, conocido como "Auletes", era un soberano nada querido por su pueblo por la despreocupación que mostraba ante los graves problemas que asolaban a Egipto, por su manifiesta corrupción, y por ser más amante de las fiestas que de las cuestiones de estado. Conseguía mantenerse en el trono gracias a la ayuda romana que recibía merced a sus continuos sobornos y promesas de tributos diversos.
Roma estaba encantada de "ayudar" a Ptolomeo XII porque Egipto era para el Imperio una presa muy tentadora, y hacía tiempo que tenía los ojos puestos en el oro de ese país. En cada conflicto, Roma se prestaba gustosa como árbitro. En el año 58 a. C. en ocasión de un levantamiento popular provocado por otro de sus despropósitos, Ptolomeo se desplazó a Roma exiliado por su hija Berenice, en busca de ayuda militar para sofocarlo. Quedaron como regentes del país su esposa Cleopatra y su hija mayor Berenice IV, quienes gobernaron durante un año hasta que Cleopatra murió. Los alejandrinos colocaron en el trono como única reina a Berenice IV y enviaron una delegación a Roma para que ésta arbitrase en el conflicto que enfrentaba a padre e hija.
Ptolomeo XII consiguió el apoyo de Roma luego de haber pagado a Pompeyo una gran suma de dinero y prometerle que durante años le pagaría tributos. Consiguió derrotar al ejército de Archelaus, segundo marido de Berenice IV, y fue devuelto al trono. Uno de sus primeros actos fue mandar ejecutar a su hija Berenice, era el año 55 a. C.
Ptolomeo XII Aulettes reinó desde ese día hasta su muerte en el año 51 a. C. Dejándole el trono a su hija Cleopatra VII Filópator y a su hijo Ptolomeo XIII Dioniso II (51-47 a. C.), que contaba aproximadamente con doce, con quien ella tuvo que casarse por testamento de su padre. Ptolomeo XII dejó como tutor de ambos al regente de Roma, que en ese momento era Pompeyo, quien debía hacer cumplir el testamento y casar a los hermanos. Claro que esta unión era puramente legal ya que según se dice Cleopatra, extremadamente inteligente y ambiciosa, dejaba fuera de todas las decisiones a su hermano.
Cleopatra tenía varios hermanos: Berenice IV, de la que ya se ha hablado, y Cleopatra VI como hermanas mayores -ésta última desapareció no se sabe cómo durante el reinado de su hermana Berenice-, una hermana menor llamada Arsínoe IV y dos hermanos menores llamados Ptolomeo XIII y Ptolomeo XIV, con los que se casó sucesivamente, según la ley de los Lágidas, a cuya dinastía pertenecían, y que permitía el matrimonio entre hermanos. La educación de todos ellos fue puramente griega, según costumbre ptolemaica. Cleopatra fue el primer miembro de esta dinastía que aprendió a hablar el idioma egipcio; pero no sólo conocía este idioma sino también el griego, hebreo, sirio y arameo y quizás también el latín. Aprendió así mismo literatura, música, ciencias políticas, matemáticas, astronomía y medicina. Además tenía fama de poseer modales dulces y refinados y una sugerente voz, cosas que hacían de ella una mujer muy seductora según Plutarco.[1]
Entre el 50 y el 49 a. C. los campesinos sufrieron graves hambrunas, se rebelaban y se unían a bandas de forajidos que causaban grandes males; la moneda egipcia se debilitaba y la lenta burocracia entorpecía la recuperación: el país dependía cada vez más de Roma. Además, en su propio entorno familiar tampoco iban bien las cosas. Su hermana menor Arsinoe, en desacuerdo con su política de ayuda a los romanos en señal de buena voluntad, aspiraba al trono y pronto surgieron las desavenencias también con su hermano-esposo. Ptolomeo XIII, muy joven y manipulable, era prácticamente manejado por tres consejeros muy hostiles a ella: el eunuco llamado Potino, el general Aquilas y el retórico Teodoto. Por consejo de ellos en 48 a. C. expulsó a su hermana del trono derrocándola con un comando dirigido por sus consejeros Pothinus y Achillas. Y la obligó al exilio eligiendo ella Siria. Desde esta región Cleopatra pretendió recuperar el poder, reuniendo un buen ejército para este fin, aunque no lo logró

Julio César
Roma también estaba en guerra civil y ese mismo año Pompeyo huyó a Egipto buscando refugio -donde creyó sería bien recibido por el faraón Ptolomeo XIII- tras su derrota en Farsalia a manos de Julio César, a quien se había enfrentado en un intento de quitarle el poder. A su llegada el faraón ordenó asesinarle, por consejo de Potino, pensando obtener así un consiguiente apoyo de César que le permitiera vencer al bando de Cleopatra. Sin embargo, al general romano, que arribó a Alejandría unos días más tarde en persecución de su rival, no le agradó la decisión, pues su intención era capturarle con vida o quizás incluso perdonarle. Y lloró ante la cabeza cortada de su amigo y rival, que se le presentaba. Fue un mal comienzo para las relaciones de César y el soberano egipcio.
Aún así, César quería solucionar, en calidad de testamentario de Ptolomeo XII Aulettes, el conflicto que enfrentaba a los dos hermanos y esposos Cleopatra VII y Ptolomeo XIII y convocó a las dos partes. Ptolomeo, aconsejado de nuevo por el eunuco Potino, regresó inmediatamente a Alejandría. Cleopatra envió antes varios emisarios para asegurarse de las intenciones de César. Al final aceptó ir a Alejandría, pero lo hizo en secreto y de noche pues desconfiaba de los espías de su hermano. Cleopatra consiguió acceder (burlando el control de los partidarios de su hermano) hasta el palacio real en el que se aposentaba César para persuadirle de que tomara partido por ella. Pasaron la noche juntos, (pensando quizás Cleopatra que, si enamoraba a César, ya no tendría que temer una invasión por parte de los romanos, hecho supuesto pero no demostrado). El general hizo acudir a Ptolomeo a sus aposentos pero éste comprendiendo la situación, rechazó la propuesta de reconciliación. Decidió huir y corrió la voz de que había sido traicionado en un intento de levantar a los alejandrinos contra la pareja. Pero pronto fue capturado por los soldados romanos. Para evitar el motín que se avecinaba, César leyó ante el pueblo el testamento de Ptolomeo XII Auletes, del que se presentó como albacea e hizo promesas más o menos convenientes a cada uno. Finalmente se celebró el acuerdo entre los tres con un gran banquete quedando el mapa político como sigue: César da a Ptolomeo XIII la isla de Creta y a Ptolomeo XIV y Arsinoe IV Chipre. Arsinoe considera que ella debería reinar Egipto y se une a la causa de su hermano.
Entonces, César se instaló en Alejandría, donde llevaba una vida tranquila y culturalmente activa, además de obtener la alianza de la reina Cleopatra. Ésta recuperó el trono, protegida por su aliado romano y Ptolomeo XIII residía cerca de ellos aunque más como rehén que como soberano. Sin embargo, no se estuvo quieto. Junto a su hermana Arsinoe y su consejero Potino, llevó a cabo una guerra de intrigas que acabaron por provocar la animosidad de los alejandrinos hacia los dos amantes. El pueblo ya podía aceptar un ataque a los soldados romanos aprovechando además su aislamiento y así lo ordenó Ptolomeo a Aquilas quien, desde Pelusio, marchó sobre Alejandría al frente de 20.000 soldados y 2.000 jinetes y rodearon la ciudad. Es entonces cuando la guerra entre Cleopatra y Ptolomeo se transformó en la guerra de Arsinoe IV y Ptolomeo XIII contra el César. César y Cleopatra VII resistieron el asedio al palacio real de Alejandría, donde retenían a Ptolomeo XIII, hasta que la llegada de refuerzos les permitió contratacar y lograr la victoria final.

Julio César y Cleopatra, de Jean-Léon Gérôme.
En uno de los combates, el ejército de Aquilas intentó apoderarse del Gran Puerto de la ciudad, donde estaban anclados 72 navíos de guerra egipcios y 50 trirremes romanos. Para evitar que cayeran en sus manos, César prefirió quemar dichas naves provocando un gran incendio que alcanzó la ciudad y el resultado final fue la pérdida de muchos e importantes edificios, entre otros el famoso Museo con su Biblioteca, que quedó completamente destruida.
La guerra duró largos meses. El eunuco Potino fue tomado como rehén y más adelante ejecutado por haber intentado, en su cautiverio, envenenar a César. Arsinoe logró huir de palacio y llegar al campamento de Aquilas, con su padre putativo, el eunuco Ganímedes, que se puso al frente del ejército después de ejecutar a su aliado Aquilas, y fue proclamada reina de Egipto por los soldados. Después que los alejandrinos ganaran una de las batallas, que no la guerra, éstos exigieron a César la libertad de Ptolomeo a lo que gustosamente cedió convencido de que la juventud e inexperiencia militar del soberano más bien perjudicaría a sus enemigos como así fue. Por que Ganímedes fue destituido y su puesto ocupado por el rey. Gracias a la llegada de los refuerzos y a la incompetencia de Ptolomeo, César puso en fuga a los egipcios empujándolos Nilo arriba donde centenares de ellos murieron ahogados. Ptolomeo XIII estaba entre los muertos, en el fango: trató de huir en una barcaza demasiado cargada que terminó zozobrando.
La coraza de oro que llevaba, por la que fue reconocido, fue la prueba que blandió César ante el pueblo que lloraba vestido de luto. Cleopatra recuperó su trono una vez más(47). Pero tenía que haber un rey y, para poder seguir gobernando, se casó con otro de sus hermanos, Ptolomeo XIV Filópator II. Pero el nuevo faraón sólo tenía 10 años, y Cleopatra se encontró de nuevo con las riendas del poder en sus manos. Arsinoe, prisionera, fue enviada a Roma donde desfiló cargada de cadenas en el festejo de las últimas victorias militares de Julio César.
Julio César y Cleopatra pasaron juntos varios meses en Egipto y fruto de su relación nacería, el 23 de junio de 47 a. C., Ptolomeo XV, más conocido como Cesarión, el apodo que le dieron los alejandrinos. Luego él partió a combatir (y derrotar) a Farnaces del Ponto (47) y a doblegar con éxito la resistencia de los optimates en Tapso (febrero de 46) y Munda (marzo de 45), al tiempo que efectuaba en Roma diversas reformas políticas que le atañían tanto a él personalmente como al Imperio en general. Además de la instauración de una monarquía romana, entre los objetivos finales de César probablemente se encontrara el de agrupar, mediante su matrimonio con Cleopatra, a los Estados romano y egipcio, dando así como resultado la unidad política de todo el mundo mediterráneo.
La influencia egipcia durante estos años de Julio César en Roma también se reflejó en la administración, la sociedad, la cultura e incluso la religión. Cabe citar, por ejemplo, la recaudación directa de los impuestos por el Estado (que evitaba los anteriores abusos de los publicanos); el inicio de la administración racional (y no la mera explotación) de las provincias; la adopción, con pequeñas correcciones, del calendario de Canopo (llamado desde entonces Juliano); y la introducción del culto a Isis. La propia Cleopatra estuvo dos veces (46 y 45-44 a. C.) en Roma junto a Cesarión y viviendo como concubina en la villa de César. Nunca fue aceptada por el pueblo romano que la miraban con desconfianza. Además, César desafió a la opinión pública y rindió homenaje oficial a la reina egipcia. Durante la segunda estancia Julio César fue víctima del asesinato (15 de marzo del 44) proyectado y ejecutado por un grupo de familias senatoriales republicanas que trataban de frustrar sus planes políticos. Cleopatra, que acababa de perder a su poderoso aliado no podía hacer otra cosa que abandonar la capital italiana y regresó con su hijo a Egipto.

Marco Antonio
A partir del año 43 a. C., tras su regreso a Egipto, Cleopatra, temiendo que su hermano-esposo Ptolomeo XIV, que ya contaba con 15 años de edad, quisiera tener más poder del que a ella le convenía, lo envenena y establece a Cesarión como su corregente a la edad de 4 años. El estado en que encontró a su reino fue muy desalentador. Sufría plagas y hambre. Los canales del Nilo habían sido descuidados durante sus dos años de ausencia y esto hizo que las cosechas fueran malas y las inundaciones no fueran bien aprovechadas.

Marco Antonio era un general y político romano, amigo de Julio César, que había sido comandante jefe en su ejército. A raíz del asesinato de éste, persiguió a los culpables, Marco Bruto y Cayo Casio y además supo enfrentar al pueblo romano contra ellos y ganarse el apoyo y la inclinación de las gentes hacia él. Al surgir otros dos rivales, el 23 de noviembre de 43 a. C., la Lex Titia oficializaba el pacto entre los tres por un período de cinco años: acababa de crearse el Segundo Triunvirato, que reunía a Antonio, Octavio (heredero político designado por Julio César) y Lépido, antiguo jefe de la caballería de César que se pasó al lado de Antonio. Se desencadenó de esta manera una guerra civil entre los partidarios del triunvirato y los seguidores republicanos. Marco Antonio llamó en su ayuda a la reina Cleopatra, para que acudiera con sus naves a Tarso en la actual Turquía, pero la reina no quería que Egipto entrara en una guerra civil de los romanos y tampoco se fiaba de él. Finalmente cedió a la reunión con la condición de que ésta se desarrollara en su propio barco, considerado donde fuere que estuviese anclado como suelo egipcio. Se encontraron en Tarso en el (41 a. C.). Aunque Egipto estaba al borde del colapso económico, Cleopatra navegó con los remos de plata, las velas púrpuras y todo el lujo al que estaba habituada, hasta se vistió como Afrodita, la diosa del amor. El encuentro duró cuatro días. El resultado de este viaje fue que ambos personajes se enamoraron, que Cleopatra convino en prestarle la ayuda económica que le pedía a cambio de que Antonio ejecutase a su hermana Arsinoe IV a quien consideraba una continua amenaza, como así se hizo, y que Marco Antonio decidió quedarse en Egipto al lado de Cleopatra. La pareja pasó junta en Egipto el invierno de 41-40 a. C. disfrutando de los máximos lujos y fiestas continuas. Pero los asuntos de Roma llamaban al general y en el año 40 a. C. tuvo que regresar a la capital del Imperio. Allí cumplió con la promesa de casarse con Octavia, hermana de Cayo Julio César Octavio Augusto, el futuro primer emperador de Roma y sobrino nieto de Julio César. Octavio (que así se le llamaba entonces) era gran amigo de Marco Antonio, aunque con el tiempo y los acontecimientos, esta amistad se vio truncada.
Tras la marcha de Marco Antonio a Roma, Cleopatra dio a luz dos niños gemelos, Cleopatra Selene II y Alejandro Helios. No volvieron a encontrarse hasta cuatro años después. Él regresó a Egipto en otoño del 37, durante el curso de una campaña contra los partos, y contrajo matrimonio con Cleopatra (sin repudiar a Octavia). Marco Antonio cedió a su esposa Chipre, Fenicia y Creta, y Egipto volvió a tener una extensión similar a la de los tiempos de los primeros Ptolomeos. Tuvieron otro hijo (Ptolomeo Filadelfo), llevaron juntos una vida de lujo y derroche, y nombraron a sus vástagos herederos de varios Estados satélites como Armenia y Cirene (34 a. C.).
La relación entre Octavio y Marco Antonio había ido empeorando progresivamente y a partir del año 37 el primero ya consideraba al segundo un enemigo contra el que empleó la propaganda ante el pueblo y el Senado de Roma, presentándole como un títere en manos de la reina de Egipto y en detrimento de los intereses de Roma. Frente a esta imagen negativa de un Marco Antonio indolente, dado a los placeres mundanos en la porción más rica del Imperio y sometido a la voluntad y caprichos de una soberana extranjera, Octavio contraponía la suya: el gobernante sacrificado y trabajador que trataba de superar las circunstancias adversas con esfuerzo y determinación. Virtudes éstas muy apreciadas por el pueblo romano y que él supo difundir hábilmente para crear un estado de opinión favorable a sus propósitos, al tiempo que aumentaba el odio a Cleopatra y la indignación por el comportamiento de Antonio.
Al terminar la vigencia del triunvirato que en el 38 a. C. habían renovado por cinco años más, esto es hasta el 33, los dos rivales se lanzaron acusaciones mutuas en el Senado. Marco Antonio repudió a Octavia. Octavio violó y expuso el testamento secreto que aquel había depositado en el templo de las vestales, corroborando así sus argumentos. Se supo por el mencionado documento que además de haber otorgado posesiones romanas a la reina egipcia, Antonio pretendía trasladar la capital de Roma a Alejandría y fundar allá una nueva dinastía. A ello se añadieron después multitud de graves acusaciones (desde el punto de vista romano) hacia Cleopatra de diversa índole (brujería, incesto, lujuria, adoración de ídolos animales, etc.). Todo esto, pero en especial lo primero, acabó propiciando la definitiva hostilidad de la opinión pública hacia Marco Antonio y su esposa. Y más importante aún, su destitución como triunviro y la declaración de guerra a Egipto (32) por parte del Senado.
El ejército de Marco Antonio (tanto terrestre como marítimo), aunque menos disciplinado y entrenado que el de Octavio, era más numeroso. Sin embargo, en la decisiva batalla naval de Actio (2 de septiembre del 31), los más maniobrables barcos del general Agripa consiguieron situarse frente a la flotilla de Cleopatra. Ésta huyó entonces presa del pánico, y al darse cuenta Antonio fue detrás de ella abandonando a sus hombres, que al final perdieron la batalla. Esto decantaba la victoria final hacia el bando de Octavio, quien el 30 de julio del año 30 entraba con facilidad en Alejandría. A continuación, Marco Antonio, engañado por un falso informe sobre la muerte de Cleopatra, se suicidó dejándose caer sobre su propia espada.

Muerte de Cleopatra
Los planes de Octavio eran tomar a la reina como prisionera y exhibirla en Roma durante la tradicional ceremonia conocida como Triunfo, simbolizando con ello la superioridad y la victoria sobre la humillada enemiga a la que el pueblo de Roma tanto odiaba. Esto aumentaría más si cabe su respaldo popular e impulsaría decisivamente sus aspiraciones políticas.
Cleopatra se percató del final que le esperaba tras entrevistarse con Octavio, un hombre frío y calculador que a diferencia de César y Antonio no podría seducir o sugestionar de ningún modo. Viendo pues su futuro como esclava, tal vez en el reino del que había sido soberana (convertido ahora en la provincia romana de Egipto), Cleopatra eligió morir y tomó la decisión de suicidarse. Según la versión más extendida, pidió a sus criadas Iras y Charmion que le trajeran una cesta con frutas y que metieran dentro una cobra egipcia (el famoso áspid), responsable de su muerte, a finales de agosto del año 30 a. C. Otras versiones relatan que se quitó la vida al conocer el suicidio de su esposo. Antes de fallecer escribió una misiva a Octavio en la que le comunicaba su deseo de ser enterrada junto a Marco Antonio, y así se hizo. Hasta el día de hoy se desconoce la ubicación de la sepultura.
Los hijos de Cleopatra
Después de la batalla de Accio y temiendo lo peor, Cleopatra mandó a su hijo Cesarión lejos de Egipto hacia el sur, con una pequeña fortuna para poder defenderse de sus posibles enemigos, pero fue traicionado por su profesor particular, Rhodon, que le convenció de que si regresaba a Alejandría, Octavio le respetaría la vida. Pero fue asesinado por orden de este último.
Después de la muerte de Cleopatra, sus otros hijos fueron llevados a Roma y criados por la esposa de Octavio. Cleopatra Selene se casó con el rey Juba II de Mauritania y tuvieron un hijo al que llamaron Ptolomeo y que heredó el reino de su padre en el año 23 a. C., hasta que el emperador Calígula le mandó matar cuarenta años más tarde. De Alejandro Helios y Ptolomeo Filadelfo no se sabe bien su paradero, aunque se cree que se fueron a vivir a Mauritania junto con su hermana.

Cleopatra sobre las Terrazas de Philae, de Frederick Arthur Bridgman.
Su vida y su trágica muerte, así como sus amores con los dos personajes romanos, Julio César y Marco Antonio, han servido de inspiración en todas las épocas a literatos, pintores, escultores y cineastas. En total, entre los años 1540 y 1905, se han escrito: 200 obras de teatro, cinco óperas, cinco ballets, incluso uno de los cómics del popular Asterix el galo estaba dedicado a ella: "Asterix y Cleopatra". Las obras más famosas son Cleopatra y Marco Antonio (1606), de William Shakespeare, Todo por amor (1678), del autor teatral inglés John Dryden y César y Cleopatra (1901) de George Bernard Shaw.
Se han realizado pinturas y esculturas (Tiépolo, Regnault, etc.) Los cineastas Méliès, Mankiewicz y Cecil B. de Mille le han dedicado películas. El cine creó la famosa Cleopatra, protagonizada por la actriz Elizabeth Taylor y el actor Richard Burton en el papel de Marco Antonio y otra más moderna protagonizada por la actriz chilena Leonor Varela. En 2001, el Museo Británico le dedicó una exposición y hubo un interesante debate sobre su belleza.

Curiosidades, mitos y realidad
A Cleopatra se le ha atribuido una belleza excepcional, sin embargo grabados y dibujos hallados, dan testimonio que su encanto radicaba en su personalidad más que en su aspecto físico.
Cleopatra era inteligente y tenía facilidad para aprender idiomas, según Plutarco, por lo que era usual que interviniera en discusiones diplomáticas. Era erudita en ciencias y se rodeaba de intelectuales.
Sus habilidades en la política las demostró cuando la crisis económica y social cayó sobre Egipto. Cleopatra devaluó la moneda para facilitar las exportaciones y se acercó a Pompeyo, creyendo que era el hombre más influyente de Roma, para evitar un conflicto entre Egipto y el Imperio.
En la Universidad de Pekín se ha producido el sorprendente descubrimiento de una losa con la imagen de Cleopatra en relieve vestida de hombre. Es la tercera representación de la reina egipcia que aparece con este atuendo, lo que hace pensar a los investigadores su motivo. Se afirma que las reinas egipcias se vestían de hombre para aumentar la imagen de poder a través de la masculinidad. Según otros, Cleopatra aparece vestida de hombre por simple pereza de los artistas que realizaron los grabados.
Según el egiptólogo Zahi Hawass: posiblemente, Taposiris Magna sea el lugar depositario de los restos de Cleopatra y Marco Antonio; este es un antiguo templo griego cercano a Alejandría, que fue fundado por la dinastía lágida o ptolemaica.