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sábado, 29 de diciembre de 2007

ISLA DE PASQUA

Rapa Nui Todo un misterio de belleza



Perdida en el océano Pacífico, a miles de kilómetros del continente, se encuentra Rapa Nui.
Hasta que su descubridor (para la cultura occidental, claro) decidió bautizarla como Isla de Pascua (ya que fue el domingo de Pascua de 1722 el día del gran hallazgo), los nativos la llamaban Te Pito o Te Hua, es decir, el ombligo del mundo.
Su capital, Hanga Roa, no es más que un pequeño pueblo de casas bajas y simples. La agricultura y la pesca, junto con el turismo, son las actividades económicas que se desarrollan en la región y que son la fuente de sustento de los cuatro mil pascuenses. La superficie de la isla es de pocos kilómetros cuadrados. Se encuentra perdida en el océano. El terreno es irregular y el clima, templado. En mitad de la isla hay una serie de volcanes inactivos. Sus habitantes hablan el idioma español aunque la mayoría de las veces optan por comunicarse entre ellos en rapa nui, la lengua originaria de la isla.
La Isla de Pascua está plagada de enigmas. Arqueólogos y antropólogos de varias generaciones, padecen el insomnio hereditario entre colegas, producto de la curiosidad. Hacen cálculos, comparan, viajan, observan, toman nota y litros de café. Se comen las uñas, mastican el lápiz, se enroscan un mechón de pelo hasta que se les cae. Sin embargo los misterios siguen ocultos. Y eso es lo que hace de Rapa Nui un lugar único en el mundo.
Durante siglos, decenas de embarcaciones han llegado a las costas para dejarse deslumbrar, entre muchas otras cosas, por los moais. Los moais son esculturas en roca sólida, que miden entre cuatro y veinte metros de altura. Efigies gigantes que retratan cabezas; rostros con grandes orejas y que llevan, a veces, sombreros.
A los estudiosos que han visitado la Isla, se les hizo agua la boca. Gigantes de piedra, con rasgos aborígenes, ordenados minuciosamente sobre el territorio, en forma de barrera o quizás delimitando una frontera con vaya uno a saber qué. Algunos moais, perdidos por ahí. Otros, a medio terminar.
¿Cómo es que esta cultura ha creado semejantes grandezas? ¿Qué significan? ¿A quienes pertenecen los rostros que retratan?
¿La respuesta? No sabe, no contesta.
Numerosas teorías, desde todos los lugares del mundo, pretenden explicar sin éxito, el origen y el por qué de semejantes obras de arte. Acercar una primera hipótesis no parece muy difícil. Una vez comprobado que la piedra que se ha utilizado para su creación es volcánica, alguien arriesgó algo tan simple como que después de tallarlos a mano en las cercanías de los volcanes, se los llevó hasta la costa. Hete aquí, que cada moais pesa, aproximadamente diez mil kilogramos. Entonces, alguien empezó a sacar cuentas y advirtió que el tamaño de la isla y los recursos naturales que esta provee jamás habrían alcanzado para alimentar y albergar a la cantidad de gente necesaria para trasladar a los moais desde los volcanes hasta la costa.
¿Algún fortachón pascuense? ¿El Goliat de Rapa Nui, tal vez? No, algo mucho más interesante: vida extraterreste. No se sabe exactamente si vida extraterrestre o dioses que bajaron del cielo, pero la realidad es que una de las teorías más descabelladas explica que en algún momento, dioses orejones descendieron de las alturas, ayudaron a los rapa nui a tallar delicadamente las esculturas que representaban sus rostros, y luego desaparecieron. Interesante, ¿verdad? Pero también existe la versión que dice que los mismísimos egipcios, que en tema de arquitectura, ingeniería y logística la tenían clara, se habían acercado hasta Rapa Nui para darles una mano a los pascuenses con su labor. Se supone que habían viajado en unas balsas bastante buenas... o que habían llegado a la Isla por unos supuestos caminos subterráneos y secretos que conectan la misteriosa isla con el continente.
Los enigmas de la Isla de Pascua son numerosos. Las historias de la tradición oral de los pascuenses tienen algunos baches y varias preguntas sin respuesta. Y uno se queda con ganas de saber más, pero esos eslabones perdidos, o ese silencio fríamente calculado, es lo que le da a la isla de Pascua ese “no sé que” que tanto hipnotiza a quienes la visitan.

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